Needless to say, no single one of us can know all the languages of the world, not even all the major languages, and if we believe– though not all cultures have believed it– that the people who speak other languages have things to say or ways of saying them that we don't know, then translation is an evident necessity. Many of the golden ages of a national literature have been, not at all coincidentally, periods of active and prolific translation. Sanskrit literature goes into Persian which goes into Arabic which turns into the Medieval European courtly love tradition. Indian folk tales are embedded in The Canterbury Tales. Shakespeare writes in an Italian form, the sonnet, or in the blank verse invented by the Earl of Surrey for his version of the Aeneid ; in The Tempest, he lifts a whole passage verbatim from Arthur Golding's translation of Ovid (...) These examples could, of course, be multiplied endlessly. Conversely, cultures that do not translate stagnate, and end up repeating the same things to themselves: classical Chinese poetry, in its last 800 or so years , being perhaps the best literary example. Or, in a wider cultural sense of translation: the Aztec and Inkan empires, which could not translate the sight of some ragged Europeans on horseback into anything human.
But
translation is much more than an offering of new trinkets in the literary
bazaar. Translation liberates the translation-language. Because a translation
will always be read as a translation, as something foreign, it is freed from
many of the constraints of the currently accepted norms and conventions in the
national literature.
From "Anonymous Sources: A Talk on
Translators & Translation," in Fascicle
issue 1 Summer 2005. You can find a very interesting interview with him in The Quarterly Conversation.
Huelga decir que ninguno de nosotros puede saber todos los idiomas del mundo, ni siquiera los más importantes. Y si creemos – aunque no todas las culturas lo han creído – que los que hablan otras lenguas tienen cosas que decir o formas de decirlas que no conocemos, entonces la traducción deviene una necesidad evidente. No por casualidad, muchas de las edades doradas de una literatura nacional han sido periodos de traducción activa y prolífica. La literatura en sánscrito se introduce en la persa, que se introduce en la literatura árabe, que se convierte en la tradición europea medieval del amor cortés. Los cuentos populares indios están engastados en Los cuentos de Canterbury. Shakespeare escribe en una forma poética italiana, el soneto, o en el verso blanco inventado por el Conde de Surrey para su versión de La Eneida, y en La tempestad copia un pasaje entero, palabra por palabra, de la traducción de Ovidio de Arthur Golding (...) Ciertamente, estos ejemplos podrían multiplicarse sin fin. En cambio, las culturas que no traducen se anquilosan y terminan repitiendo lo mismo; los últimos 800 años de la poesía china clásica son, quizá, el mejor ejemplo literario. O en un sentido cultural más amplio, los imperios azteca e inca no pudieron traducir la imagen de unos europeos andrajosos a caballo en algo humano.
Pero la traducción hace mucho más que ofrecer nuevas
baratijas en el bazar literario: libera la lengua-traducción. Puesto que una
traducción siempre será leída como tal, como algo extraño, está libre de muchas
de las limitaciones impuestas por las normas y convenciones admitidas
actualmente en la literatura nacional.
De
"Fuentes Anónimas. Una charla sobre los traductores y la traducción",
publicada en Fascicle, número 1,
Verano de 2005. Pueden encontrar una entrevista a Weinberger en la revista Letras libres.
No comments:
Post a Comment