It goes without saying that you will not write a good novel
unless you possess the sense of reality; but it will be difficult to give you a
recipe for calling that sense into being. Humanity is immense and reality has a
myriad forms; the most one can affirm is that some of the flowers of fiction
have the odour of it, and others have not; as for telling you in advance how
your nosegay should be composed, that is another affair. It is equally
excellent and inconclusive to say that one must write from experience; to our
supposititious aspirant such a declaration might savour of mockery. What kind
of experience is intended, and where does it begin and end? Experience is never
limited and it is never complete; it is an immense sensibility, a kind of huge
spider-web, of the finest silken threads, suspended in the chamber of
consciousness and catching every air-borne particle in its tissue. It is the
very atmosphere of the mind; and when the mind is imaginative--much more when
it happens to be that of a man of genius--it takes to itself the faintest hints
of life, it converts the very pulses of the air into revelations. The young
lady living in a village has only to be a damsel upon whom nothing is lost to
make it quite unfair (as it seems to me) to declare to her that she shall have
nothing to say about the military. Greater miracles have been seen than that,
imagination assisting, she should speak the truth about some of these
gentlemen. I remember an English novelist, a woman of genius, telling me that
she was much commended for the impression she had managed to give in one of her
tales of the nature and way of life of the French Protestant youth. She had
been asked where she learned so much about this recondite being, she had been
congratulated on her peculiar opportunities. These opportunities consisted in
her having once, in Paris, as she ascended a staircase, passed an open door
where, in the household of a pasteur,
some of the young Protestants were seated at table round a finished meal. The
glimpse made a picture; it lasted only a moment, but that moment was
experience. She had got her impression, and she evolved her type. She knew what
youth was, and what Protestantism; she also had the advantage of having seen
what it was to be French; so that she converted these ideas into a concrete
image and produced a reality. Above all, however, she was blessed with the
faculty which when you give it an inch takes an ell, and which for the artist
is a much greater source of strength than any accident of residence or of place
in the social scale. The power to guess the unseen from the seen, to trace the
implication of things, to judge the whole piece by the pattern, the condition of
feeling life, in general, so completely that you are well on your way to
knowing any particular corner of it--this cluster of gifts may almost be said
to constitute experience, and they occur in country and in town, and in the
most differing stages of education. If experience consists of impressions, it
may be said that impressions are experience, just as (have we not seen it?)
they are the very air we breathe. Therefore, if I should certainly say to a
novice, "Write from experience, and experience only," I should feel
that this was a rather tantalising monition if I were not careful immediately
to add, "Try to be one of the people on whom nothing is lost!"
You can find the full essay here.
De más
está decir que nadie escribirá una buena novela si no tiene sentido de la
realidad. Sin embargo, es difícil darles una receta para lograr que ese sentido
cobre vida. La humanidad es inmensa, y la realidad tiene infinidad de formas.
Lo máximo que uno podría afirmar es que algunas de las flores de la ficción
tienen su aroma, y otras no. En cuanto a decirles por adelantado como deberían formar
su ramo, esa es otra cuestión. Decir que uno debe escribir desde la experiencia
es igualmente excelente y ambiguo: para nuestro supuesto aspirante, dicha
afirmación podría oler a burla. ¿De qué tipo de experiencia estamos hablando, y
dónde empieza y dónde termina? La experiencia no tiene límites y nunca se
completa; es una inmensa sensibilidad, una suerte de enorme telaraña de los
hilos de seda más finos, suspendida en la cámara de la consciencia, que atrapa en
su tejido toda partícula que flota en el aire. Es la atmósfera misma de la
mente; y cuando la mente es imaginativa - mucho más cuando se trata de la de un
hombre de genio - absorbe los más tenues matices de vida; convierte los pulsos
mismos del aire en revelaciones. La joven mujer que vive en una aldea no tiene
más que ser una doncella a quien no se le escapa nada para que sea injusto (me
parece a mí) manifestarle que no tendrá nada que decir de los militares. Se han
visto milagros más grandes que el hecho de que ella, con la asistencia de la
imaginación, pueda decir la verdad acerca de algunos de esos caballeros.
Recuerdo
que una novelista inglesa, una mujer de genio, me dijo que la habían elogiado
mucho por la impresión que había logrado dar en uno de sus relatos de la
naturaleza y modo de vida del joven protestante francés. Le habían preguntado
dónde había aprendido tanto acerca de este ser recóndito, y la habían
felicitado por las oportunidades singulares que había tenido. Estas oportunidades
consistían en haber subido una escalera una vez en París y pasado al lado de
una puerta abierta donde, en el hogar de un pasteur,
algunos de los jóvenes protestantes se sentaban alrededor de la mesa frente a
una comida acabada. El vistazo creó un cuadro que duró solo un momento, pero
ese momento fue experiencia. La novelista obtuvo su impresión y desarrolló su
tipo. Sabía qué era la juventud, qué era el protestantismo. También tenía la
ventaja de haber visto qué era ser francés. Con lo cual convirtió estas ideas
en una imagen concreta, y produjo una realidad. Sin embargo, por sobre todo, gozaba
de la facultad de tomar el brazo cuando se le da la mano, que para el artista
es una fuente de fortaleza más grande que cualquier accidente de residencia o
de lugar en la escala social.
El
poder de adivinar lo no visto a partir de lo visto, de rastrear la implicancia
de las cosas, de juzgar la pieza completa por el diseño, la condición de sentir
la vida, en general, de manera tan completa, que están muy cerca de conocer cualquier
rincón particular de ella: casi podría decirse que este racimo de dones constituye
la experiencia, y se da en el campo y en la ciudad, y en los niveles educativos
más diversos. Si la experiencia consiste de impresiones, podría decirse que las
impresiones son la experiencia, tal como (¿no lo hemos visto?) son el aire
mismo que respiramos. Por ello, si yo le dijera, ciertamente, a un novicio:
"Escribe desde la experiencia y solo desde la experiencia", sentiría
que se trataba de una advertencia bastante atormentadora si no tuviera el
cuidado de agregar inmediatamente: "¡Trata de ser una de esas personas a
quienes nada se les escapa!"
Pueden descargarlo aquí.
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