Any
story that’s going to be any good is usually going to change. Right now I’m
starting a story cold. I’ve been working on it every morning, and it’s pretty
slick. I don’t really like it, but I think maybe, at some point, I’ll be into
it. Usually, I have a lot of acquaintance with the story before I start writing
it. When I didn’t have regular time to give to writing, stories would just be
working in my head for so long that when I started to write I was deep into
them. Now, I do that work by filling notebooks.
I
have stacks of notebooks that contain this terribly clumsy writing, which is
just getting anything down. I often wonder, when I look at these first drafts,
if there was any point in doing this at all. I’m the opposite of a writer with
a quick gift, you know, someone who gets it piped in. I don’t grasp it very
readily at all, the “it” being whatever I’m trying to do. I often get on the
wrong track and have to haul myself back.
I
could be writing away one day and think I’ve done very well; I’ve done more
pages than I usually do. Then I get up the next morning and realize I don’t
want to work on it anymore. When I have a terrible reluctance to go near it,
when I would have to push myself to continue, I generally know that something
is badly wrong. Often, in about three quarters of what I do, I reach a point
somewhere, fairly early on, when I think I’m going to abandon this story. I get
myself through a day or two of bad depression, grouching around. And I think of
something else I can write. It’s sort of like a love affair: you’re getting out
of all the disappointment and misery by going out with some new man you don’t really
like at all, but you haven’t noticed that yet. Then, I will suddenly come up
with something about the story that I abandoned; I will see how to do it. But
that only seems to happen after I’ve said, No, this isn’t going to work, forget
it.
From an interview with Jeanne McCulloch and Mona Simpson. You can read the full interview here.
Para que un cuento sea bueno, habitualmente tiene
que cambiar. Ahora estoy empezando un cuento de cero. Escribo todas las
mañanas, y está bastante logrado. No me gusta mucho, pero creo que quizá en
algún momento me entusiasme. En general conozco bien los cuentos antes de
escribirlos. Cuando no tenía tiempo para escribir con regularidad, trabajaba
los cuentos en la cabeza durante tanto tiempo, que cuando empezaba a escribirlos
estaba bien metida en ellos. Ahora hago ese mismo trabajo llenando cuadernos.
Tengo pilas de cuadernos llenos de una escritura
terriblemente torpe, porque de lo que se trata es de anotarlo todo. Cuando leo
esos primeros borradores, muchas veces me pregunto si tenía algún sentido hacerlo.
Soy lo opuesto de una escritora de talento rápido, sabés, alguien para quien el
texto fluye. A mí me cuesta mucho aprehenderlo, y con "lo" quiero
decir lo que sea que esté tratando de hacer. A menudo me meto en el camino equivocado
y tengo que llevarme de vuelta a la rastra.
A veces puedo escribir sin parar, y me parece que lo
estoy haciendo muy bien: escribí más páginas de lo habitual. Y entonces me
despierto al día siguiente y me doy cuenta de que no quiero seguir trabajando
en eso. Cuando siento una gran resistencia a acercarme al texto, cuando tengo
que empujarme para seguir escribiendo, por lo general me doy cuenta de que algo
está muy mal. A menudo, en más o menos tres cuartos de lo que hago, llego a un
punto, bastante al comienzo, en el que pienso que voy a abandonar el cuento. Logro
superar uno o dos días de gran depresión, durante los cuales me la paso
refunfuñando. Y pienso en otra cosa que pueda escribir. Es un poco como un
romance: para salir de la desilusión y la desdicha, salís con un hombre nuevo
que no te gusta para nada, pero todavía no te diste cuenta. Luego, de repente,
se me ocurre algo sobre el cuento que abandoné y veo cómo escribirlo. Pero eso
parece suceder solamente después de haber dicho: "Esto no va a funcionar,
olvidate".
De una entrevista realizada por Jeanne McCulloch y Mona Simpson. Pueden leer la entrevista completa aquí.
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