The Time of the Tree
It wasn't the tree.
But the breeze, yes, and the bird
and the prayer of the bird;
and the doctrine of the fruit
and the ritual of the yellow
butterflies.
It wasn't the tree.
But the bell tower, yes, of the corollas
and the soil for the descent of the flowers
and the root of the rain
and the reason of the shadows
and the green arm of the drizzle.
It wasn't the tree.
But the cloud, yes, and the wind
and the voice, the body and the soul of the wind
and the limbs for the yearning of water
and the insides for the wish of the sun
and the path of clear wings.
It wasn't the tree.
But the moon, yes, and the multifarious
ridges of its metallic light
and life in the flesh of the fruit
and the instant of the hands
and the serenity of longing.
It wasn't the tree.
But the gale, yes, and time
and daybreak and twilight
and the maker of the landscape
and what's visible of earthly things
that were there first, to be him.
It wasn't the tree.
But the exaltation, yes, of smallness
and the wonder of grass at its feet
and the gates of damask dawn
and the end of darkness;
and perhaps the intimacy of the pink star.
It wasn't the tree.
But the event, yes, among many events
and the appeal of memories
and fall, winter, and summer
and the chalice of tranquility
and the restless crevices of the sky.
It wasn't the tree.
But the legend, yes, to evoke
the memory of other trees
and what's not in them
or in us
and must fall into times immemorial.
It's not the tree.
Nothing else.
It's time immemorial.
From El canto a
oscuras. You can find the full book in Spanish here.
Tiempo del árbol
No era el árbol.
Pero la brisa, sí, y el ave
y la plegaria del ave;
y la doctrina del fruto
y el ritual de las mariposas
amarillas.
No era el árbol.
Pero el campanario, sí, de las corolas
y la tierra para el descenso de las flores
y la raíz de las lluvias
y el motivo de las sombras
y el brazo verde en la llovizna.
No era el árbol.
Pero la nube, sí, y el viento
y la voz, el cuerpo y el alma del viento
y los miembros para el ansia del agua
y las entrañas para el deseo del sol
y el camino de alas transparentes.
No era el árbol.
Pero la luna, sí, y las aristas
multiformes de su luz metálica
y la vida en la carne de la fruta
y el instante de las manos
y el sosiego de alguna nostalgia.
No era el árbol.
Pero la tempestad, sí, y el tiempo
y el alba y el crepúsculo
y el hacedor del paisaje
y lo visible de las cosas terrestres
que antes fueron para ser él.
No era el árbol.
Pero la exaltación, sí, de lo pequeño
y el prodigio de la hierba a sus pies
y las puertas de la aurora adamascada
y el fin de la oscuridad;
y tal vez la intimidad de la estrella rosada.
No era el árbol.
Pero el hecho, sí, entre tantos hechos
y la atracción de los recuerdos
y el otoño, el invierno y el estío
y el cáliz de la serenidad
y los inquietos intersticios del cielo.
No era el árbol.
Pero la leyenda, sí, para evocar
la memoria de otros árboles
y de lo que no está en ellos
y tampoco en nosotros
y ha de caer en tiempo inmemorial.
No es el árbol.
Nada más.
Es el tiempo inmemorial.
De El canto a oscuras. Pueden encontrar el libro completo aquí.
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