Wednesday, July 22, 2015

A poem by Cé Mendizábal (Bolivia, 1956), translated by Judith Filc / Un poema de Cé Mendizábal

Letter 8

“I want to talk to you about a stone. From a certain perspective, it is just a stone. For my purposes, it doesn't matter whether it's marble, granite, or the most common of stones, although you have to admit that the fact that it's white and smooth grants it a touch of splendor I know not how to oppose. In any case, it's still a stone.
If I planned a quick, albeit detailed, journey through every museum, exhibition hall, private collection, ruin, and art gallery in the planet, I know for certain that I would not find a piece like the one I'll mention to you. I don't know why the most prestigious museum in the most prestigious city would have placed it in the best of its corners, the one linking together what are likely to be its two main wings but that, in any case, is that – a corner, a hallway. I will also disregard these details.
The piece, with its more than 2,200 years, represents a woman; a woman dressed in the Greek style of the times, that is, with a wet-looking tunic covering her body down to her feet, while about her naked arms there's little we can tell because they've been torn. A pair of wings sprout from her back that maintain their exultant course, although they also show damage. Another blow has done away with the entire head, leaving us, strange as it might sound to you, not with an acrid taste of decapitation but with a taste of mystery.
The name of the piece – the Victory of Samothrace – alludes to the celebration of a deed of war in ancient Greece. For my purposes, this is as irrelevant as whether or not it's made of marble, because what beckons us is neither the texture of the stone nor the event it celebrates. What beckons us is the head and the arms that have vanished, that have been crumbled by the centuries and are now part of the wind, of the sand that goes from here to there, far and wide across the Earth.
What would be the exact position of the arms? Would they be raised in a joyful attitude or rather follow the general movement of the body at its sides? Would one of the hands indicate a spot with the gesture of someone who is making an appeal, signaling? We can no longer tell; what is left at the level of the shoulders doesn't provide enough information. That's why it's impossible to know her exact shape – the beauty, the cold serenity, the joy or the asperity of the lost totality.
No detail would make us think that the sculptor would have endowed this female image with the head of a monster, of a Gorgon, or of any other horrible creature, and every possibility – according to what we see in other pieces of that period – speaks of a beautiful woman. Against this, against all probability of balanced features, I assert the monster. Yet not a monster of abject traits but one that lacks a face for the simple reason that it can't have it, although in its presence we can't help thinking about it and hence can't help seeing it.
Perhaps, rather than a defect proper, what I'm talking about is a certain quality of the invisible, of the unapproachable; what is not there but is there. This would mean that the stone is alive, and not simply in the flat, dour manner of symbols or gestures; let's say, her right leg shows the attitude of moving forward while the left one waits its turn, slightly bent, to follow suit. This mobility of both legs is transmitted to the entire body, which is impetuous all at once, ready all of a sudden to make use of its two wings stretched for flying. I can't tell in what moment of this reality or unreality she's already flying or getting ready to do so. I don't know how dense is the material of which she was made, but suddenly in the blink of an eye there's only movement.
This lovely movement, however, is not the core of the beauty I'm discussing here, even though it's obvious that it endlessly contributes to such beauty. The face, the head we don't know and see without seeing is closer to the nature I'm describing to you. Its illusion, its infinite potential remains untouchable, and I can't tell you anything else about it.
In its entirety, the monster or the entity I have perceived so far is Hope. Motionless, in fact, painfully and unassailably still and, at the same time, full of all the strength and yearning and austerity and ambition and defeat of each desire, which for this very reason constitute its entire accomplishment. I don't know the composition of this piece of arid, tense matter, but I do know something of its implausible loyalty, of the power of its outburst against the stillness that was inexorably imposed on it, of its impossible and hence palpable victory, visible in those feet that go forward, those majestically stretched wings... Where is Hope going, you'll say to me, where with its primordial, blind, and lost instinct? That's what the invisible head or arms can no longer tell us, but this very thing, all this happy defeat fixed in the most visible corner of the largest museum on Earth, is what denotes the magnitude of Hope. That's all.



Retrieved from the blog Dos Disparos. You can read an interview with CM in Spanish here.


Carta 8

“Quiero hablarte de una piedra. Es, desde cierta perspectiva, sólo un trozo de piedra. Para mis fines, no interesa que sea mármol, granito o la más común de las piedras, aunque hay que reconocer que el hecho de ser blanca y fina le transmite un matiz de realce al que no sé oponerme. Como sea, sigue siendo una piedra.
Si se me planteara un recorrido veloz, aunque detallado, de todos los museos, salas de exposición, colecciones privadas, de todas las ruinas y las galerías de arte del planeta, con seguridad sé que no voy a hallar una pieza como la que voy a mencionarte. No sé por qué el museo más afamado de la ciudad más afamada la tenga en el mejor de sus vértices, el que une a las que deben ser sus dos alas principales, pero que de cualquier modo es eso: un vértice, un pasillo. Voy a pasar por alto también estos detalles.
La pieza, con sus más de 2.200 años, representa a una mujer; una mujer vestida a la usanza griega de la época, es decir, con una túnica de aspecto mojado que le cubre el cuerpo hasta los pies, mientras que de los brazos desnudos poco podemos saber porque han sido quebrados. De la espalda le brotan un par de alas que mantienen su sesgo pletórico, a pesar de que también lucen roturas. Otro golpe ha dado cuenta de la totalidad de la cabeza, dejándonos, por extraño que te parezca, no con el sabor acre de la decapitación, sino con el del misterio.
El nombre de la pieza —La victoria de Samotracia— alude a una celebración por un hecho bélico en la antigua Grecia. Para mis objetivos, esto es tan irrelevante como si se tratase o no de mármol, porque lo que aquí convoca no es la textura de la piedra o el acontecimiento que celebra. Lo que convoca son la cabeza y los brazos que han desaparecido, que han sido molidos por las centurias y son ahora parte del viento, de la arena que va de un lado a otro a lo largo y ancho de la Tierra.
¿Cuál sería la posición exacta de los brazos? ¿Estarían levantados en actitud jubilosa o, más bien, acompañarían el movimiento general del cuerpo, a los lados de éste? ¿Alguna de las manos indicaría un punto con el ademán de quien hiciese un llamado, una señal? Ya no tenemos modo de saberlo: lo que queda a la altura de los hombros no nos da la información suficiente. Es así cómo no es posible conocer su forma exacta: la belleza, la serenidad fría, el alborozo o la aspereza de la totalidad perdida.
Ningún detalle lleva a pensar que el escultor hubiese dotado a esta imagen femenina de la cabeza de un monstruo, de una Gorgona o alguna otra criatura terrible, y más bien todas las posibilidades —por lo que se ve de otras piezas de la época— hablan de una mujer hermosa. Contra eso, contra todas las probabilidades de unos rasgos equilibrados, yo voy a afirmar al monstruo. Pero no a uno de rasgos abyectos, sino a otro que carece de rostro por la sencilla razón de que no puede tenerlo, aunque en su presencia no se puede dejar de pensar en él y, por lo tanto, no se puede dejar de verlo.
Quizá, más que un defecto mismo, de lo que hablo es de una cierta cualidad de lo invisible, de lo inabordable: lo que no está pero está ahí. Eso querría decir que la piedra está viva, y no simplemente a la manera rasa y adusta de los símbolos o los gestos: digamos, su pierna derecha tiene la actitud de avanzar al frente, mientras la izquierda aguarda su turno levemente inclinada para seguirla de inmediato. Esa movilidad de las dos piernas es transmitida a todo el cuerpo que de pronto está lanzado, de golpe está listo para servirse también de sus dos alas desplegadas para volar. No sé decir en qué momento de esta realidad o irrealidad febriles está volando ya o preparándose para hacerlo. No conozco la densidad del material con la que está hecho pero, de súbito, en un tris de dedos todo es movimiento.
Este precioso movimiento, sin embargo, no constituye el meollo de la belleza a que refiero, aunque es obvio que contribuye a ella de manera inagotable. El rostro, la cabeza que no conocemos y que vemos sin ver, está más próximo a la naturaleza de la que te hablo. Su ilusión, su posibilidad infinita, permanece intocable, y yo no te puedo decir más de ella.
En su totalidad, el monstruo o la entidad que hasta aquí percibo es la Esperanza. Quieta, en realidad; dolorosa e inobjetablemente quieta, y al mismo tiempo llena de toda la fuerza y la añoranza y la austeridad y la ambición y la derrota de cada deseo, y que por ello mismo constituyen todo su logro. No sé cuál sea la constitución de esta pieza de árida y tensa materia pero sé algo de su inverosímil lealtad, de la potencia de su arrebato contra la quietud que le ha sido impuesta sin remedio, de su victoria imposible y por lo tanto palpable, visible en esos pies que van adelante, en esas majestuosas alas abiertas… ¿A dónde va la Esperanza, me dirás, a dónde con su instinto primigenio, ciego y extraviado? Eso es lo que ya no nos puede decir la cabeza invisible o los brazos, pero eso mismo, toda esta feliz debacle fijada en la esquina más visible del museo más grande de la Tierra, es lo que da la talla de la Esperanza. Nada más.


Tomado del blog Dos Disparos. Pueden encontrar una entrevista con CM aquí

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