Thursday, January 18, 2018

Two poems by Claudia Prado (Argentina, 1972), translated by Judith Filc / Dos poemas de CP


An Eye

The favorite rag doll
or stuffed animal ages. Its colors
increasingly faded, its seams loose,
it feels lethargic when hugged.
One day it loses an eye. It’s hard
to hold the fragmentary
gaze. If it were missing
something singular, like the mouth,
they would have accepted it, even if different.
But it still preserves
the sparkle of a now-lone
plastic bead,
and there’s smoothness on the other side.
The missing eye can’t be found; it didn’t roll
into a corner, it’s not
under the bed
– which, they confirm,
incidentally and relieved, is not home to
that terror of a woman,
her face hidden by her hair.
No, there’s nothing shiny
in the corners, nothing dark;
just some fuzz.


From Primero, unpublished


pebbles

I look for smooth pebbles
for you on the shore of the lake,
I look for them with my eyes
and stretch my hand until I reach them
through the deceptive
distance of the water.
At times it seems
I will discover the secret
of erosion and shaping:
the ones I need are green, or those
red ones that were bricks,
or these white ones made of porous clay,
the same pebbles
we have close to home.
They appear alone,  
simple on their bed of sand,
or in a sundry bunch, the edge
blocked under a big rock.
Sometimes one leads to the other, the color
starts to recur,
and I can’t stop
until I pick them all, I make
rapid movements
because the fingers can’t bear
the temperature of the water,
but only when I turn it in the sun
will I know if this one
shining on my palm
is the one I was looking for,
a pebble so smooth and flat
that it can fly
from your small hand,
bounce one, two, five times,
and get lost once again
in the bottom of the lake.

From Viajar de noche (Traveling at night), Editorial Limón, 2007

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Un ojo


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El muñeco preferido, de trapo 
o de peluche, envejece. Los colores 
más lavados, las costuras flojas, 
se lo nota desganado en el abrazo.
Un día pierde un ojo. Es difícil 
sostener esa mirada 
incompleta. Si le faltase 
una cosa singular como la boca
lo hubiesen aceptado diferente.
Pero todavía 
conserva el brillo de una cuenta 
de plástico, ahora sola 
y el otro lado de la cara liso. 
El ojo que falta no aparece, no rodó 
a ningún rincón, no está 
debajo de la cama 
donde comprueban, 
de paso y con alivio, que no vive 
ese espanto de mujer
la del rostro oculto bajo el pelo.
No, no hay nada brillante 
en los rincones, nada oscuro
solo un poco de pelusa.

De Primero, inédito


piedritas

Busco piedras lisas
para vos en la orilla del lago,
las busco con la vista
y estiro la mano hasta alcanzarlas
a través de la distancia
engañosa del agua.
De a ratos parece
que voy a descubrir el secreto
de la erosión y el moldeado:
las que necesito son verdes o esas
rojas que fueron ladrillos
o estas blancas de arcilla porosa,
piedritas iguales
a las que había cerca de casa.
Aparecen solas,
simples en su cama de arena
o en un montón variado, el borde
trabado bajo una roca grande.
A veces una lleva a otra, el color
empieza a repetirse
y no puedo detenerme
si no las alzo a todas, hago
movimientos rápidos
porque los dedos no toleran
la temperatura del agua,
pero sólo cuando la giro al sol
puedo saber si ésta
que brilla en mi palma
es la que buscaba,
una piedra tan lisa, tan plana
que pueda volar
desde tu mano chiquita,
rebotar una, dos, cinco veces
y volver a perderse
en el fondo del lago

De Viajar de noche, Editorial Limón, 2007.




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