Now nobody will take care of this hand,
this hand whose unintended movements, they say, aimed to choke
me.
I
wrap it
cover
it
kiss
its sweet head
sing
it to sleep
wake
up rocking her but she never sleeps
she's
watchful
alert
she starts at the slightest sound, scratching my chest in
despair.
She wants my attention for she knows it's coming.
I
tell her to be cautious but she's very impetuous.
It gets worse when the beating machine pumps all night long,
relentless,
and
this ringing in my eyes won't die
or
becomes a single thread,
and
the man in white comes in with his apathy
mutters
some silence I forgot
says
something I don't understand.
Comes
closer
takes
her
gives
her neck a beating with his tubes.
He
doesn't get that she only intended to warn me.
He takes her.
I'm
on my own.
I
look through the narrow hole of the shared screen:
The man in room six is awake,
walks barefoot toward the back
shaking his leg as if to toss it.
The
man with the yellow flowers
bangs
his head against the wall
repeating
the same phrase.
On
Tuesday he scratched the empty plate with his spoon
in
an endless conjuring ritual.
Now nobody will tie these white laces that sprout from me with
the rain,
nobody
will take care of this hand
whose
unintended movements, they say,
aimed
to choke me.
I
wrap it,
cover
it. Wait.
From El cuerpo del hijo
Sadness,
unwavering sadness,
the quiet of sadness.
The voice names that same God who having lost his macabre
hue bursts out
laughing from the void that utters him
–
violin embedded in her flesh –
The murmur of the city enters through the ventilation duct,
crosses
both halls,
the
music in the back is a green water pipe.
The windows of the house have been shuttered forever,
a
fine dust settles on things,
a
torture swings on the minuscule
machines
of her body.
Isadora holds a bread knife,
opens
a mouth in her thigh,
small
imps possess her
penetrating
her time and again through her ulcer,
piercing
through her,
no
screaming, just a trembling of objects,
discordant
jars in a sour symphony.
From Isadora. You can find more poems by RS (in Spanish) here.
Ya nadie quiere cuidar de esta mano
cuyos movimientos involuntarios han pretendido, dicen, ahorcarme.
cuyos movimientos involuntarios han pretendido, dicen, ahorcarme.
La envuelvo
la cubro
le doy un beso en la cabecita
le arrullo
me amanezco meciéndola pero ella nunca duerme,
la cubro
le doy un beso en la cabecita
le arrullo
me amanezco meciéndola pero ella nunca duerme,
está vigilante,
pendiente
pendiente
se sobresalta al menor ruido y me araña de desesperación el
pecho.
Quiere llamar mi atención porque sabe que ya está cerca.
Le digo que sea cautelosa pero ella es muy impulsiva.
Es peor cuando la máquina de los latidos empieza a bombear
toda la noche, sin descanso
y no termina de morirse ese pitido en mis ojos
o se vuelve a una sola hebra
y el hombre de blanco viene con su abulia
masculla algún silencio que he olvidado
dice algo que no entiendo
masculla algún silencio que he olvidado
dice algo que no entiendo
se acerca
se la lleva
le muele a sondas el cuello.
se la lleva
le muele a sondas el cuello.
Él no entiende que ella solo pretendía advertirme.
Se la lleva.
Estoy sola.
Miro por el estrecho agujero del parapeto común:
El hombre de la pieza seis se ha levantado
y camina descalzo hacia el fondo
agitando la pierna como si quisiera lanzarla.
y camina descalzo hacia el fondo
agitando la pierna como si quisiera lanzarla.
El hombre de las flores amarillas
se golpea la cabeza contra la pared
repitiendo la misma frase.
se golpea la cabeza contra la pared
repitiendo la misma frase.
El martes arañaba con la cuchara el plato vacío
en un ritual interminable de invocación.
en un ritual interminable de invocación.
Ya nadie quiere atar estos cordones blancos que me crecen
cuando llueve,
nadie quiere cuidar de esta mano
cuyos movimientos involuntarios han pretendido,
dicen, ahorcarme.
cuyos movimientos involuntarios han pretendido,
dicen, ahorcarme.
La envuelvo
la cubro. Espero.
De El cuerpo del hijo
La tristeza,
la inquebrantable tristeza,
la quietud de la tristeza.
La voz nombra a ese mismo Dios que habiendo perdido su tinte
macabro estalla de risa desde el hueco que lo pronuncia
-
violín incrustado en su carne -
El rumor de la ciudad entra por el ducto de la ventilación,
cruza
ambos salones,
la
música del fondo es un colector de aguas verdes.
Las ventanas de la casa fueron clausuradas para siempre,
un
polvillo fino se asienta sobre las cosas,
una
tortura se columpia en las máquinas
diminutas
de su cuerpo.
Isadora sostiene el cuchillo de cortar el pan,
se
abre una boca en el muslo,
pequeños
duendes la poseen
penetrándole
por la llaga una y otra vez,
la
atraviesan entera,
ningún
grito, solo un tiritar de los objetos,
frascos
destemplados en una sinfonía ácida.
De Isadora. Pueden encontrar más poemas de RS aquí.
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